lunes, 13 de abril de 2009

El zócalo capitalino: una mezcla de colores

Inicia la Semana Santa, es domingo de ramos, el sol de medio día ilumina la catedral del zócalo capitalino y da sobre los rostros morenos de decenas de mujeres, que hincadas en los alrededores venden palmas, cruces y flores. Los fieles compran rápidamente sus ramos, entran al templo para bendecirlos y escuchar la misa presidida por el cardenal Norberto Rivera.

La catedral metropolitana está abarrotada, no sólo hay católicos que rezan vehementes y repiten alabanzas, sino también turistas nacionales y extranjeros, que con curiosidad observan a señoras, que invadidas por la fe derraman algunas lágrimas y se forman a empujones para bendecir sus palmas.

Al concluir la misa, el paso por este recinto se hace más fluido. Familias enteras salen satisfechas porque han recibido bendiciones, pero también hay quienes abandonan el lugar con un dejo de descontento en el rostro, pues a pesar de haberse formado, no consiguieron que Rivera bendijera sus ramos.

Afuera la bulla ahuyenta a la solemnidad, “¡compre su ramo güerita!”, “¡aguas frescas a 5 pesos!” y “¡coopere para los danzantes!”, se escucha gritar a los vendedores; no obstante, algunos pasan indiferentes y a toda prisa rumbo al metro, no se detienen, no notan que en este domingo de abril el zócalo se ha vestido con los colores del pueblo.

Otros salen de la misa con más calma y aprovechan para dar un paseo por la capital. Se detienen a mirar a hombres y mujeres que tras años de “danzar al sol” tienen la piel tostada y cobriza. Están ataviados con enormes penachos de plumas de pavo real, taparrabos de manta y huaraches; dan vueltas, brincan, mueven los pies al ritmo del teponaztle y los caracoles marinos, imitan las danzas de los mexicas, antiguos pobladores de estas tierras.

Un hombre de nariz aguileña y barriga prominente, adornado con una máscara de jaguar, pasa con un canasto pequeño a pedir dinero para los danzantes. Dos turistas que hablan español con un marcado acento francés, aprovechan la cercanía “del caballero tigre” y le toman algunas fotografías.
Mientras tanto, los espectadores se sirven de la distracción y huyen rápidamente sin cooperar, y es que como dice Don Antonio Morales, albañil que ofrece sus servicios a un lado de la catedral, “ahora sí, la crisis está cabrona”.

Las trenzas negras y los baberos cuadriculados de las mujeres que han venido desde Puebla y el Estado de México a vender palmas para la celebración religiosa, se alborotan con una ráfaga de viento que aleja por unos segundos al calor y hace sonar los ramos que se golpean unos con otros.

“Lectura de tarot y líneas de la mano”, se anuncia en una cartulina fosforescente, justo a un lado, dos mujeres jóvenes, vestidas con pantalones entallados, zapatos de tacón y bolsa de mano, acuden a hacerse una limpia de “cooperación voluntaria” con “el chamán más famoso de México”.

Primero pasan por su cabeza, brazos y piernas un manojo de pirul y romero, después el chamán dice algunas palabras en náhuatl, les pide que cierren los ojos y las recorre con un sahumerio que despide olor a incienso.

Mientras ambas mujeres son “sanadas”, más de 20 espectadores observan boquiabiertos a un hombre de piel plateada y casco de hojalata, es una “estatua humana”. Un niño se acerca a depositar una moneda en el vaso de plástico que está en el piso, se escucha un rechinido, “el hombre de hierro” comienza a moverse lentamente, el niño se asusta, da un grito y regresa corriendo a abrazar a su madre.

La estatua, después de dar unos pasos torpes, como si estuviera oxidada, se queda inmóvil en una nueva posición y espera a que otra moneda sea arrojada al vaso, para así recomenzar su andar de “hombre de lata”.

En complemento con el ambiente, indígenas chiapanecas venden blusas bordabas, bolsas, diademas y todo tipo de artesanías de vivos colores. A su lado, una niña de menos de 4 años sonríe coqueta a un joven que le hace su caricatura por sólo 40 pesos.
Son más de las 6 de la tarde, el sol comienza a ocultarse y la plancha del zócalo capitalino se convierte en el escenario adecuado para volar un palote, sentarse a descansar o comer una mal llamada “tlayuda”, con frijoles y salsa.

La catedral aún está llena de fieles que aprovechan para comprar un ramo, que es más barato a esta hora del día. Palacio Nacional se mira majestuoso, a su izquierda está el Templo Mayor, la muestra de que hace más de 500 años, en este mismo lugar, existió una gran ciudad: Tenochtitlan.

El pasado y el presente se conjugan en este domingo de ramos, resaltan las pieles morenas y las danzas mexicas, pero también la fe católica, las mujeres que lloran frente a un santo o una virgen. Más allá de creencias o discrepancias, todos estos elementos son parte fundamental de la identidad mexicana.

Guadalupe Pastrana/ Abril del 2009

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